miércoles, 27 de abril de 2016

Re planteo

Pensar el territorio no tanto como límites geográficos, sino como límite personal.


¿Hasta donde llegamos para sentirnos cómodos en un lugar. Que necesitamos para construirnos como lo que somos. De donde parten las ideas que nos atraviesan el cuerpo y terminan cayendo en la tierra como un rayo?
Y eso … ¿Realmente tiene un espacio físico, o simplemente es otra forma de sobrevivir?


¿Si nos mudamos de casa, dejamos de ser quienes éramos o simplemente crecemos?, como se crece un poco todos los días.
¿Y si crecemos, dejamos de ser quienes éramos? ¿O simplemente se reformula aquello que ya estaba?


Se suman puntos, pequeños, en el espacio, se llaman Yo. Es como hacer un collar de perlas. Se va agregando, perla a perla, hasta completar la totalidad y lograr que cierre en el cuello.
Solamente hay que tener cuidado de que este no apriete.


A veces nos encontramos en un lugar que no sabemos donde es, o no podemos afirmarlo con precisión, pero nos gusta.
A veces estamos en el lugar de siempre el que conocemos de chicos, pero sentimos no saber donde es.


Las cosas ser despersonalizan, o no; transforman su significado.
Eso allá no significa lo mismo que aca, pero sigue siendo Eso


A veces estamos perdidos en Callao y Corrientes, aunque al lado nuestro haya un cartel que diga “Usted está aquí” y nos señala desde arriba con una flecha omnipresente pero predecible. Nos atraviesa, como el rayo, solo que no llega al suelo, queda en la virtuosidad de un simple mapa.


A veces podemos perdernos en el medio de la sierra, sentados  en una piedra más o menos grande, mirando lo más lejos que podemos, lo que la anatomía humana nos permite, ver, hasta donde nuestros ojos dicen basta.
El cuerpo también termina reclamando un: ”Hasta acá llego”
Ahí nos perdemos de verdad, porque no hay mapa que dice donde estamos, o sí, pero las referencias no son claras. Si ladeamos el río llegamos a donde estábamos antes.
Entonces si hay referencias: un río, que cambia, porque el río no es siempre el mismo, pero no importa porque las calles tampoco son siempre las mismas. Cuando ese edificio se termine de construir o cuando Pedro ya no venda el diario en esa esquina, la calle ya no va a ser la que era.
Igual que el río que fluye constantemente.


No existe instante igual al que le sigue en su devenir constante.
La referencia termina teniendo el mismo nivel de imprecisión e inestabilidad.


Entonces el problema no es donde estamos, el problema es afirmar y confirmar  que realmente estamos  ahí y que queremos estar ahí.


La incertidumbre, ese es el problema. El dudar, el no saber, el miedo a confundirse, por eso muchas veces nos quedamos cómodos, donde sabemos que en el tercer cajón a la derecha está esa taza roja, la preferida; y mañana también va a estar ahí.   


Cambiar algo de espacio significa reconfiguar mentalmente nuestra idea sobre eso.
Hay que ver qué tan dispuestos estamos a generar el lapsus en esas líneas que unen puntos, para generar otra cosa que nos saquen de nuestro confort.


¿Porque Elena  vive en esa casa desde hace 50 años?
¿Porque Igor con 24 años vivió en 13 casas distintas?


Todos queremos un lugar, por ende, todos tenemos nuestro lugar.
El problema es si en algún momento consideramos haber podido construir ese lugar en su totalidad, su perfección y en su verdad.


Pero al fin y al cabo, ¿Termina esto siendo un problema?
¿Tenemos que constantemente afirmar y reafirmar todo?


Tal vez no.
Y dejar que devenga, como el río.

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